La ciudad petrolera, en su día un
emblema de prosperidad, simboliza hoy la decadencia del país
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Un hombre armado intenta dispersar una manifestación durante una noche sin electricidad. Andrea Hernández |
La palabra lo envuelve todo: luz.
Cada conversación, cada rutina en Maracaibo gira en torno a la falta de
electricidad. A ella están vinculados el suministro de agua, el consumo de
gasolina, la conservación de alimentos, la distorsión de la vida de cientos de
miles de personas. La segunda ciudad de Venezuela, emblema hace décadas del
auge petrolero, la capital de los excesos, es hoy el símbolo más tangible de la
decadencia. Cuando unos apagones masivos dejaron en marzo al país a oscuras,
aquí la crisis eléctrica no representó una novedad, pues se convirtió en una
constante en 2017. Y no ha dejado de golpear a sus habitantes.
Hay un ecosistema de supervivencia
que retrata ese colapso, que asfixia especialmente a las clases populares, y
encapsula muchos de los males derivados de la desastrosa gestión económica del
régimen, del tráfico de divisas a la venta ilegal de medicamentos, y que el
chavismo achaca a la injerencia extranjera. Prosperó a orillas del lago, una de
las mayores reservas de petróleo del mundo. A las once y media de la mañana del
viernes, con una temperatura que supera los 30 grados y una sensación de calor
que roza los 50, el hedor a carne podrida invade los pasillos del mercado de
Las Pulgas. María Rivero, de 43 años, vende vísceras y patas de res. “La
mayoría de los productos necesitan refrigeración y ¿qué pasa?, como se va la
luz, la mercancía sale toda descompuesta”, lamenta. Aun así, logra colocar
chunchurria (intestino delgado) a 4.000 bolívares el kilo. Esto es, la décima
parte de un salario mínimo, que equivale a unos siete dólares. El mercado, que
en septiembre del año pasado fue clausurado por las autoridades —pero volvió a
funcionar— es una fotografía nítida de la informalidad. Casi nadie acepta
billetes de cien, los de más baja denominación, mientras todos anhelan dólares
y pesos colombianos.
“Ya he aprendido algo”, dice
Daniel Romero, 25 años, sobre su negocio. Encima de una mesa, una variedad de
pastillas sin etiquetar que proceden principalmente de Colombia, a menos de
tres horas de carretera. Un blíster de píldoras anticonceptivas cuesta 2.500
bolívares. “No soy partidario ni de unos, ni de otros”, asegura sobre la confrontación
entre Juan Guaidó y Nicolás Maduro. “Mejor no le digo, si no me pongo bravo.
Pero sé que las cosas deben funcionar mejor”. Como a la mayoría de los
pulgueros, le interesa el día a día. Salir adelante.
Desde el martes pasado muchos
tienen una queja. La desaparición de la edición impresa del periódico regional
Panorama, después de 104 años, les dejó huérfanos. Los apagones afectan a las
comunicaciones y la conexión a Internet. La crisis eléctrica ahonda también en
su aislamiento. A unos kilómetros de allí, en el exclusivo centro comercial
Sambil las consecuencias de la falta de luz han dejado otro tipo de destrozos.
Sus efectos son aparentemente menos impactantes, pero han acabado de devastar
el tejido económico. Más de 500 establecimientos sufrieron saqueos en la
ciudad. El 60%, según la Cámara de Comercio, tuvo una pérdida de tal calibre
que impide o dificulta su reapertura. El ambiente del centro, que a mediodía se
quedó sin electricidad, es casi fantasmal. Varias tiendas de firmas de moda
europeas y tecnología asiática están cerradas o vacías. No hay forma de pagar
el parking por la falta de luz, ya que la mayoría de las transacciones en
Venezuela se realizan con tarjeta. El encargado se encoge de hombros.
La resignación se respira en toda
la ciudad, que antes de que se disparara el éxodo hacia Colombia, tenía más de
dos millones de habitantes. Aun así, muchos siguen mirando por el espejo
retrovisor de un pasado de prosperidad que saben que no volverá, al menos a
corto plazo. Maracaibo era conocida como la “ciudad más fría” del país por el
uso masivo de aire acondicionado. Hoy, cada noche, una imagen preside los
sectores residenciales, donde escasean los generadores. Muchas familias duermenen la puerta de sus viviendas, tenuemente iluminadas por mechurrios o lámparas
de gas.
Inés de Davalillo vivió en su
propia carne ese declive. Esta mujer, de 75 años, lo perdió casi todo, salvo el
afecto de sus allegados. “A mi edad, yo no pensaba vivir esta vejez. No solo tenemos
el problema de la luz. Es la salud, sobre todo. Soy diabética y tengo más de
tres años sin inyectarme insulina. Primero porque no se consigue y segundo
porque la que se consigue no está a mi alcance”, asegura. Recibe 18.000
bolívares de pensión. “Cómo me compro alimentos, cómo me compro una bolsa de
leche. Yo estaba acostumbrada a ir a un supermercado y a comer lo que me
gustaba. Siempre me he considerado una persona de clase media, podía viajar. Me
ha tocado vivir toda la decadencia. Era una ciudad muy bella, ahora carecemos
de camiones de aseo, porque aquí hay más basura que comida”, continúa. “Y así,
como yo, ¿cuántos viejitos habrá en este país?”.
De Davalillo se declara opositora
y partidaria de Guaidó. “A mi edad no creo que pueda abandonar mi país. Tengo
la fe de que este cambio va a llegar pronto. Si tú eres mi vecino y de verdad
eres mi amigo y en tu casa hay abundancia, yo creo que tú eres uno de los que
me va a brindar una mano. Que alguien venga y nos quite lo que nos está
haciendo daño”, dice en referencia a una intervención de EE UU o Colombia.
Maduro culpa del colapso a la Administración de Donald Trump, que después de la
proclamación de Guaidó impuso sanciones a la petrolera estatal, Petróleos de
Venezuela (PDVSA). Aun así, el último informe de Transparencia Internacional
recuerda que en el “país no existe un sector que esté libre de los hilos de la
corrupción”. Y entre los negocios ilegales destaca la “operación Money Flight,
un desfalco a PDVSA de 1.200 millones de dólares”, a los que se suman otros
miles que, según las acusaciones, se llevó el exresponsable de la tesorería
nacional Alejandro Andrade y las operaciones de blanqueo del ex viceministro de
Energía Nervis Villalobos.
Atardece en Maracaibo. Un grupo de
hombres se acerca a una cañería rota que ha formado un riachuelo en medio de
los desechos. Ángel Vivas, de 51 años, camina más de un kilómetro para recoger
un poco de agua y llevar unos contenedores a su casa. La utilizan
principalmente para lavarse y algunos aseguran que se puede beber una vez
hervida. El centro de primeros auxilios del Seguro Social del sector de
Sabaneta opera sin luz, pero los principales hospitales de la ciudad, cuyos
generadores eléctricos solo alcanzan para iluminar las urgencias, no han sido
golpeados hoy por un apagón. Sí la urbanización de Bella Vista, donde un grupo
de vecinos prendió fuego a unos neumáticos para protestar contra la gestión del
gobernador, el chavista Omar Prieto. Mientras tanto, a orillas del lago,
después de un día lavando recipientes de plástico en aguas contaminadas por
menos de un dólar, Anileidy Vilches, de 32 años, se prepara para otra noche.
“Toda la vida viví aquí, en la calle, desde carajita”, dijo horas antes.
—¿Corre algún riesgo?
—“No. De todas maneras, yo duermo
con Dios”.
Vía: El País
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